Salsa compartida, biodiversidad y memoria: el festival que homenajea al tomate y a sus productores

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A principios de febrero se realiza el Festival ¡del Tomate! en Chachingo, Mendoza. Es impulsado por Labrar, el proyecto productivo y sostenible de Casa Vigil.

(NAP, Por Lola López*) “Este pesa unos quinientos gramos, pero en el campo llegamos a tener de dos kilos y medio”. Escucho la frase y automáticamente pienso en esos cuentos fantásticos donde todo es maravilloso y las cosas ricas se multiplican: casitas de chocolate, confites… y tomates, muchos tomates de formas, colores y sabores de dimensiones harrypotescas.

El que habla es Luciano Kunis, abogado que un día se apasionó por el tomate y hoy tiene 30 hectáreas en producción agroecológica (“hacemos polinización abierta, con abejorros y aromáticas para espantar insectos problemáticos”) en la zona de La Plata y un poco más allá.

Ahora Luciano corta en cubos el tomate gigante y les pone bastante sal y aceite de oliva, para que los comamos así, con la mano y a temperatura ambiente; compruebo que tiene razón: es la mejor manera de consumirlos, servilleta de por medio. Voy con un poco de contexto para que se comprenda mejor la escena: estamos en Estancia Vigil de Cardales, un “pedacito” de la bodega mendocina en Buenos Aires, y en la presentación de la 4ta edición del Festival ¡Del Tomate! que se realizará Chachingo del 5 al 8 de febrero de 2026.

“Hay más de 15.000 variedades en el mundo”, afirma, mientras la pulpa generosa se nos desparrama por la boca, y nuevamente lo que dice me dispara imágenes: pienso, con un asomo de pena, en el perita solitario que me espera en el cajón de la heladera. Sacudo la cabeza para quitarme esa idea y me dedico a probar todas las variedades que nos ofrecen: amarillo, azulado, anaranjado, negruzco, verde. Ah, el verde. El verde es sublime.

“El festival ¡Del Tomate! es un ecosistema de experiencias que une gastronomía, producción local, investigación y turismo”, resume la doctora en Ciencias Biológicas María Sance, ideóloga de esta celebración que pone en valor la figura del productor y visibiliza al tomate en todas sus facetas. “A lo largo de cuatro jornadas, productores, investigadores, cocineros y público se encuentran para homenajear uno de los alimentos más emblemáticos de América”.

El festival comienza en Casa Vigil de Mendoza con conferencias sobre producción, ciencia y cocina, y luego sigue con talleres donde el público participa de la cosecha, se realiza un análisis sensorial y, por supuesto, se visita la feria de productores. En cuanto a comidas, hay múltiples opciones, desde las preparaciones más sencillas hasta sofisticados platos elaborados por cocineros famosos como Donato di Santis, Christophe Krywonis y Tássia Magalhães, entre otros.

“En esta edición incorporamos una propuesta muy mendocina: la tradición familiar de hacer salsa, un gesto que une generaciones entre música, vino y pasta casera”, describe María, que también es hija de agricultores y lleva todas estas vivencias en su corazón. “Visitantes y familias van a elaborar salsa comunitaria en un encuentro que celebra el tomate como memoria viva”.

Mientras tomamos un cocktail con vino y tomate en rodajas, pienso en que las tradiciones moldean a un pueblo o a una comunidad, y que esas huellas permanecen en las personas. Para alguien puede ser el aroma del bizcochuelo materno, para otro cortar radicheta en la quinta del abuelo, para muchos la imagen de la olla gigante donde los tomates cambian su consistencia para pasar el invierno. Todo eso queda y forma parte de lo que somos y, aunque pasemos décadas sin esos aromas, texturas o imágenes, un día algo los activa y ahí están, intactos.

“La salsa de tomate es un legado vivo que une a las familias, recordando que en cada plato se encuentra el trabajo colectivo”, comenta Juan Ignacio Gerardi, co-organizador del festival. “Ningún alimento existe aislado de su territorio y de quienes lo cultivan, por eso nos interesa hacer visible lo invisible: la semilla, el oficio, el paisaje, y el tiempo para pensar la gastronomía no solo desde los ingredientes sino desde el ser esencial de una comunidad”.

El mensaje es claro: el tomate reúne, conecta y recuerda el valor del origen. De algún modo, pienso, también se trata de valorar la biodiversidad agrícola, de saber de dónde viene eso que está en nuestra mesa y, quizás lo más importante, quién lo produce. (Noticias AgroPecuarias)

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