El extraño gusto de las lechuzas

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Pese a que por la agricultura disminuyó su fuente de alimento, los ratones, no redujeron sus poblaciones y modificaron su dieta con ranas y sapos.

 

 

BUENOS AIRES (NAP, por Juan Manuel Repetto*). Los cambios producidos en la agricultura argentina durante las últimas décadas siguen generando novedades y, en ocasiones, sorpresas. Este es el caso de las lechuzas de los campanarios que, ante el asombro de los investigadores, comenzaron a ingerir una mayor proporción de ranas y sapos ante la disminución de roedores, que siempre constituyeron sus presas preferidas y casi la totalidad del alimento que cazaban por instinto.

Sucede que con la intensificación de la agricultura y el desplazamiento de la ganadería en la Región Pampeana también desaparecieron gran parte de los alambrados de los campos, que representaban un hábitat propicio para el refugio y el alimento de roedores y de otras especies silvestres (como polinizadores y artrópodos, mulitas, comadrejas y cuises). Los ratones tuvieron que buscar otros hábitats donde sobrevivir, y las lechuzas, ante la disminución abrupta de su principal fuente de nutrientes, curiosamente no corrieron tras ellos, sino que se quedaron en el ambiente perturbado y buscaron otras presas alternativas.

“Esperábamos que la lechuza se extinguiera localmente o migrara hacia lugares en donde encontrara ratones. Pero ninguna de estas cosas sucedió. La población de lechuzas siguió permaneciendo en los números esperables”, comentó Karina Hodara, bióloga e investigadora del departamento de Métodos Cuantitativos y Sistemas de Información de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (Fauba), quien estuvo a cargo del estudio.

Y subrayó que el dato asombroso es cómo lograron adaptarse estas aves para continuar viviendo en el lugar: “Detectamos que cambiaron la dieta, en cantidad y en calidad. Empezaron a comer otra cosa, que ya no son roedores sino ranas y sapos, y en más cantidad, porque las lechuzas necesitan comer más anfibios para poder satisfacer sus necesidades nutricionales que alcanzaban con una cantidad menor de roedores consumidos”.

Lo cierto es que las lechuzas siempre se alimentaron de roedores y pequeños mamíferos en una proporción alta. Es su instinto. Según la estación del año, los ratones representaban entre el 80 y el 95% de su alimento. Pero ahora las ranas y los sapos ya componen casi el 40% de la dieta de estas aves.

“Es muy llamativo cómo un predador tan especializado en roedores como la lechuza de los campanarios, cambió su imagen de búsqueda y empezó a localizar y cazar otros animales, en esta caso anfibios”, dijo Hodara. Y añadió: “Se sabe poco de otros vertebrados terrestres (como zorros, gatos salvajes o comadrejas, que también son predadores potenciales de roedores) que hayan cambiado sus dietas de esta manera. Por el contrario, se conoce que esos animales disminuyeron sus números poblacionales ante la desaparición de sus fuentes alimenticias, que es lo que esperábamos que pasara con la lechuza cuando iniciamos las investigaciones”.

Además de Hodara, el equipo de investigadores de la Fauba también estuvo compuesto por Santiago Poggio, de la cátedra de Cultivos Industriales; Fernando Biganzoli, de Métodos Cuantitativos, y los tesistas de la carrera de Ciencias Ambientales Félix Montovio y Micaela Smolny. Los estudios fueron realizados en un establecimiento agrícola-experimental de la UBA ubicado en el partido de Carlos Casares, provincia de Buenos Aires, donde analizaron los bolos de regurgitación de lechuzas y hallaron una disminución inesperada en la proporción de huesos de roedores.

¿Y dónde están los ratones?

Al haber muy baja disponibilidad de los hábitats preferidos por los roedores, se presume que los ratones ocuparían los escasos bordes de vegetación seminatural remanentes o habrían ido dispersándose de manera paulatina hacia los peridomicilios de las viviendas.

Horada lamentó que este proceso de cambio en los sistemas productivos, que motivó la disminución de los roedores en el paisaje agrícola, podría generar un problema epidemiológico en las poblaciones cercanas al medio rural, porque estos animales son transmisores de muchas enfermedades a humanos y a otros animales domésticos, algunas de ellas muy importantes como el hantavirus, la fiebre hemorrágica argentina (también conocida como el mal de los rastrojos) y la coriomeningitis linfocítaria, con altas potencialidades de infección.

Detectar nuevas fisuras

Hacia futuro, los investigadores de la Fauba apuntan a seguir estudiando estos sistemas que tuvieron fuertes perturbaciones por la acción del hombre: “Nuestra idea es seguir indagando si las cadenas tróficas (que van desde los microorganismos del suelo hasta el predador top, pasando por las plantas) pueden seguir funcionando en todos sus eslabones o si ahora encontramos fisuras”.

“La idea es ver cómo se siguen conectando los eslabones de la cadena a partir de los cambios producidos en los sistemas de producción y si estos sistemas siguen siendo estables y sustentables para las especies que albergan”.

“Por ejemplo, ahora estamos investigando si los agroquímicos utilizados por la agricultura, que terminan depositándose en cursos superficiales de agua y en las napas, pueden afectar el número y la diversidad de especies de anfibios, sobre todo sabiendo que ahora estos animales tienen injerencia en la alimentación de las lechuzas”, adelantó Hodara. (Noticias AgroPecuarias)

*Periodista. Responsable de Prensa y Divulgación de la Fauba. 

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