Un suicidio garantizado: la fumigación de las especies polinizadoras

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Casi 90% de las plantas con flores necesitan animales que las polinicen para reproducirse. A su vez, 90% de nuestros alimentos provienen de 100 cultivos; 71 de éstos dependen de la polinización… Pese a ello, los ecosistemas de los polinizadores están siendo arrasados.

 

BUENOS AIRES (NAP, por Claudio Bertonatti*). Un 87,5% de las 250 mil especies de plantas con flores (angiospermas) conocidas en el mundo necesitan ser polinizadas por animales silvestres para reproducirse. Y se estima que hay más de 200 mil especies de distintos grupos de la fauna que se ocupan de polinizarlas, es decir, de llevar el polen de una flor a otra para fecundar sus óvulos haciendo posible que esa flor se transforme en fruto y que este dé semillas.

Si bien hay distintas formas de polinizar (como por el viento o por el agua) la más eficiente es la que protagonizan los animales. Esto es así porque seleccionan las plantas que van a “visitar”, a diferencia del viento, cuya acción desperdicia gran parte del polen que nunca llega a otra flor como destino.

Aunque la enorme mayoría de los polinizadores son insectos (como abejas, abejorros y mariposas), también hay aves (como los picaflores), reptiles (como algunos pequeños saurios) y mamíferos (como algunos roedores, marsupiales, primates y, sobre todo, murciélagos nectarívoros). Todos ellos se relacionan con una modalidad que se conoce en biología como mutualismo: los dos protagonistas de esta historia se benefician sin perjuicio alguno. De estos animales depende la producción mundial de alimentos y otros bienes y servicios que brindan los ecosistemas silvestres (producción de oxígeno, suelos fértiles, estabilidad climática, regulación hídrica, maderas, medicinas, carnes, etc.).

Para decirlo tomando el atajo: nuestra vida depende de los polinizadores. Este es un concepto poco materializado en la educación pública y no es una falencia menor. Sin polinizadores muchas plantas dejarían de reproducirse. Si no se reproducen no pueden darnos sus frutos o semillas en el corto plazo. Y, a largo plazo sus poblaciones disminuirán y podrán desaparecer. Con su merma o extinción nos perjudicaremos tanto nosotros como los demás animales que las necesitan como alimento, medicina o refugio.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) calculó que 90 % de los alimentos que abastece a la humanidad proviene de 100 especies de cultivos. De ese centenar, 71 dependen de la polinización de animales silvestres. Lo mismo sucede con unas 4.000 variedades de vegetales en el mundo y con 84% de las 264 especies de cultivos de Europa.

En Norteamérica, Asia oriental y Europa, la evaluación económica de la polinización puede alcanzar los 1.500 dólares por ha. La Argentina, por ejemplo, es uno de los principales productores de miel del mundo: en 2006 llegó a exportar 104 mil toneladas. Y no hay apicultor o recolector (aborigen o criollo) que ignore que sin abejas no hay mieles y que el uso de biocidas en campos vecinos liquida sus economías. En 2016, diez años después, las exportaciones no alcanzaron la mitad de la década pasada (45.596 tn).

Si bien su importancia está clara también está confirmado el peligro que están corriendo los polinizadores y producciones asociadas a nivel mundial: modificación o destrucción de sus ambientes naturales, invasiones biológicas, cambio climático y, en particular, el uso de biocidas. Algunas de ellas se potencian con otras, sinergizan y acumulan impactos sobre un mismo ambiente y sin que ocupen los grandes titulares de la prensa.

Este panorama pone sobre el tapete que si las amenazas mencionadas no son interrumpidas se potenciarán los problemas de conservación de la biodiversidad y sufriremos consecuencias ecológicas y económicas, ante el deterioro de sus bienes y servicios, con una consecuente agudeza de la pobreza y del deterioro de la calidad de vida de mucha gente.

¿Qué se puede hacer?

Este es un problema con solución pero -como muchas otras cuestiones- exige la voluntad, compromiso y protagonismo de las autoridades del Estado para:

• Realizar una evaluación económica de los beneficios de las especies polinizadoras locales.
• Completar el inventario biológico de especies polinizadoras del país. Evaluar su estado de conservación y medidas necesarias para garantizar su conservación.
• Gratificar y asegurar la continuidad del trabajo de los polinizadores creando nuevas reservas naturales municipales, provinciales y nacionales para proteger sus poblaciones.
• Asegurar que las áreas naturales protegidas estén conectadas entre sí, por ejemplo, mediante banquinas de rutas y caminos sin “desmalezar” en su totalidad hasta corredores biológicos a lo largo de cursos de agua.
• Cultivar plantas silvestres y autóctonas de la región en los jardines, plazas y parques públicos.
• Promover el aprovechamiento comercial de especies autóctonas, tanto de cultivos como de mieles de abejas autóctonas.
• Impulsar sistemas de cultivos mixtos para mantener la diversidad de polinizadores.
• Tomas medidas de conservación (in situ y ex situ) para salvar especies amenazadas de animales silvestres polinizadores.
• Revisar y modificar las prácticas de la agroindustria y de los agronegocios. En particular, en lo que incumbe al uso de biocidas.

En la medida que reconozcamos estos servicios de la fauna silvestre con gratitud y medidas concretas de conservación, nos irá mejor. Estos actos ya no serán solo en defensa de la naturaleza sino en defensa propia de la gente que muchas veces es indiferente ante ella. (Noticias AgroPecuarias)

*Asesor de la Fundación de Historia Natural ‘Félix de Azara’.

Claudio es autor de una nota publicada originalmente en NAP que terminó dando la vuelta al mundo: La confusión del veganismo.

 

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